viernes, 18 de abril de 2025

LA SEMANA SANTA

 

Hace mucho tiempo que no me dedicaba a reflexionar sobre las vivencias en mi país. Son las 21:10 h, me he acercado a la terraza, observo el pueblo y aspiro una tranquilidad placentera. Aún no oscurece por completo; los pájaros juguetean en el cielo, uno de ellos se posa en el tejado y comienza a emitir ese dulce y delicado unísono que me produce sosiego. Se unen al canto más avecillas, ¡qué hermoso es sentir este grato regalo de la vida! Poco a poco, la penumbra se cierne y el viento comienza a acariciar mi rostro con mayor intensidad.

Hoy no tengo jornada laboral; seguramente alguno de los pacientes preguntará a mi compañera: «¿Por qué hoy no vino Alejandra?». Empiezan a caer tenues gotas de agua; hace poco había cesado la lluvia. Me he acomodado en una mecedora que hay en la terraza, un rincón especial al que acudo siempre que anhelo contemplar las estrellas y meditar. 

Mientras los segundos se deslizan. Me abrigo con más esmero; suelo llevar una bufanda larga, de esas que semejan una manta polar. A un costado, una pequeña mesa alberga varios libros, algunos de los cuales aún no he concluido. Doy un sorbo al té; hoy he prescindido del café, pues en mis días de asueto prefiero deleitarme con té o alguna infusión. Lentamente, la oscuridad llega.

Antes de salir a la terraza, recibí mensajes de amigos y familiares, uno de ellos de mi hermano, a quien profeso un gran afecto, deseándome un excelente día festivo. Le respondí agradecida, deseándole lo propio. Cuando me encuentro en casa, suelo abstenerme de responder mensajes o atender llamadas telefónicas.

Hoy es Viernes Santo. No profeso la religión católica; bueno, antaño sí lo hacía. Quizá la religión pervive en mí como una costumbre aprendida o heredada de mis progenitores, pero al viajar a Europa mi filosofía se transformó y opté por distanciarme de esos dogmas, desde los nueve años albergaba dudas sobre la institución eclesiástica, nunca cuestioné la existencia de Dios; mi escepticismo se circunscribía a la Iglesia. Crecí rodeada de imaginería sacra; mis primeros años de instrucción los cursé en una escuela religiosa, tema que abordaré en otra ocasión.

La Semana Santa, durante mi niñez en Ecuador, era un período de gran intensidad. Era una niña a la que nunca agradó el silencio; siempre deseaba escuchar música. Bueno, la herencia musical proviene de mi padre, quien, siendo músico, nos inculcó el amor por el arte. Todo esto aconteció en mi infancia. Si la memoria no me falla, durante aquella época mis padres, al iniciarse la Semana Santa, nos aconsejaban comportarnos con rectitud. Siendo la primogénita, mi madre solía repetirme: «Cuida a tus hermanos, que no hagan travesuras; es Semana Santa y hay que mostrar respeto por Jesús, quien entregó su vida por la salvación del mundo». Esa semana, para mí, resultaba agobiante: no podíamos jugar ni escuchar música; la comida era muy particular, consistiendo en caldos o pasta.

No se consumía carne ni pollo, pues había que acatar la tradición religiosa. En las emisoras de radio se transmitían radionovelas sobre Jesús y los apóstoles, María Magdalena, Judas; y en la televisión sucedía algo similar. Ahora puedo expresar lo que en verdad sentía: temía la reprimenda de mis padres si descubrían que había saltado. Con mis hermanos nos escondíamos bajo la cama para conversar en voz baja, típicos secretos infantiles, para no hacer ruido. Recuerdo que uno de mis hermanos era muy proclive al llanto. Temía que llorase, ya que yo era quien debía afrontar las consecuencias días después. Curiosamente, durante esos días mi madre no nos castigaba; solía repetirnos: «No hagan travesuras ni ruido, porque es Semana Santa, pero llegará la Pascua y ahí hablaremos». 

Ya con ese temor de ser reprendidos por todas las faltas cometidas en esos días, sentía mucha aprehensión y vigilaba cada detalle para que mis hermanos no llorasen. Bueno, ahora comprendo que todo niño llora, más aún si son infantes en pleno desarrollo. Volviendo al tema de mi hermana, la que por todo se lamentaba, recuerdo que era Viernes Santo y me pedía más helado. Aquel día llovía torrencialmente, como si el mundo se fuera a acabar. Mis padres, siendo propietarios de una heladería, llevaban a casa helados de todos los sabores, pero teníamos una consigna para ese día, impuesta por ellos: no comer demasiados helados, ya que por la tarde habría una comida especial llamada fanesca. ( Plato tradicional de los ecuatorianos en Semana Santa )

Desobedecimos la orden paterna de comer solo un helado, quebrantando las reglas, y fue entonces cuando mi hermana rompió a llorar. Yo le tapé la boca, pero la niña gritaba sin cesar. Mi madre llegó y me sentenció: «¡Ya verás el Domingo!». Aquel día llegaron visitas, familiares de todas partes, todos trayendo fanesca, un plato muy especial que se degusta en Semana Santa. Al día siguiente, Sábado de Gloria, la casa era una fiesta.

 Había un desayuno especial: frutas, queso, huevos, batidos, pan recién horneado; y por fin papá ponía música. Era como despertar de una pesadilla; por fin podría reír o conversar con papá sobre temas que me interesaban. A pesar de ser una niña, me gustaba preguntarle a mi padre sobre las noticias que acontecían en el mundo; él lo sabía todo, pues diariamente leía el periódico y a la hora de la comida platicaba con mi madre sobre las noticias que había leído. Aquel día de gloria, como su nombre indica, para mí era la gloria. Desayunábamos deliciosamente y no podían faltar los helados de mora, tan especiales, que preparaba papá; era un genio para inventar sabores y decorar los helados que con tanto amor elaboraba en su negocio.

Al llegar el atardecer, papá ponía una película en la televisión. Me encantaba, porque esos días festivos, cuando mis padres cerraban el negocio, todos disfrutábamos felices en casa. Para ver la película, papá solía pedir a mi madre que preparase canguil (palomitas). Ese día sí que era una verdadera fiesta. La cama de mis padres era grande y todos, ya duchados y con los pijamas puestos, saltábamos en ella. Mamá decía: «¡No saltéis tanto, se va a caer la cama!». Mi hermana, la que lloraba por todo, también lloraba por estar en el medio de todos. La película comenzaba y todos guardábamos silencio. Aún recuerdo esas películas de Bruce Lee. que marcaron mi niñez: Nadie pestañeaba. Mamá era la encargada de ir por más canguil y bebidas; claro, no podían faltar los helados. ¡Qué felicidad! Así concluía el Sábado de Gloria, que para los católicos representa la resurrección de Jesús. 

Al día siguiente, Domingo de Pascua, era una locura. Nos levantábamos a las cuatro de la madrugada y entrábamos uno a uno en la alcoba de mis padres. Ellos nos daban consejos y nos decían palabras sabias, y también nos entregaban dinero para que comprásemos alguna golosina. Tenía una tía; también iba a visitarla y me aconsejaba. A pesar de que ella no tenía abundancia, solía decirme: «Mira, no tengo dinero, pero hoy es un día especial», y me daba algunas monedas. Hoy valoro ese sacrificio por su parte. Gracias, tía. Al llegar el mediodía, llegaban familiares a felicitarse por las Pascuas. No podían faltar la música y la comida deliciosa. Al declinar la tarde, todos se retiraban a sus quehaceres. Mis hermanos y yo preparábamos la mochila para el siguiente día de clases.

 Parecía que todo había salido de una película; los cinco días traumáticos sin hacer ruido los recompensaban los dos siguientes: Sábado de Gloria y Pascua. Pero como nada es perfecto, ahí estaba mi hermana, la que lloraba por todo, para poner fin a esa Semana Santa. Empezó a llorar porque no le habíamos dado un muñeco que ella quería. Fue entonces cuando entró mi madre en la alcoba y preguntó: «¿Qué sucede? ¿Por qué llora la guagua?». No respondimos, mas ella, al ser la pequeña y la mimada, respondió: «Me han pegado y me han tirado del cabello, no me quieren dar mi muñeco». Y sin más, nos castigó a todos. Hoy, entre risas y bellos recuerdos, he querido despedir este día Viernes. Atrás quedaron los años en que temía la llegada de la Semana Santa, las represalias y el silencio, el respeto que guardábamos en casa. Me hubiera gustado recordar con papá los acontecimientos de aquella época, pero él partió en ese viaje sin retorno, allá donde los ángeles velan por nosotros; bueno, eso de que velan por nosotros lo quiero creer.

Gracias a mis padres por habernos inculcado el amor y el respeto por la Semana Santa. Repito, aunque no soy católica, respeto mucho dicha tradición y, aunque no la celebre, viven en mí esos recuerdos bonitos que, al llegar el Sábado de Gloria y el Domingo de Pascua, los pasábamos genial y en familia.




Guagua: palabra quichua ecuatoriana que se refiere a un niño  

Canguil: Palomitas de maíz

Fanesca : Plato típico ecuatoriano que se come en Semana Santa 



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Gracias por leer este blog, hasta la próxima, los amo. 





lunes, 14 de abril de 2025

HUELLA IMBORRABLE

 




Fallece Mario Vargas Llosa, un grande de la literatura latinoamericana". Uno de los escritores que ha influido en mi proceso y evolución. Aún recuerdo aquella primavera en Valencia cuando me sumergí en su mundo de palabras y me puse a investigar su biografía. Y desde ese momento, algo cambió en mí; yo quería ser como él, escribir y transmitir a través de las letras, dejar una huella imborrable en el corazón de los lectores. Su amor por la cultura española me inspiró a conocer Madrid, a recorrer sus calles y a sentir la esencia de la ciudad que él tanto amó. Su obra me enseñó a amar la lectura, y a valorar la riqueza cultural de nuestro continente. Su legado literario seguirá inspirando futuras generaciones, como una llama eterna que ilumina el camino de los sueños. Su pluma ha dejado de escribir, pero su espíritu seguirá hablando a través de sus palabras. 


Paz en su tumba maestro.


https://youtu.be/HiiwGvOE4kM?si=24qa_MJBRWEy0AUM


ESTAR VIVOS

   No sé cómo empezar a escribir esta vez, pero es tan necesario que lo haga. Acaba de amanecer. Observo desde mi estudio cómo empieza a ilu...