"Un recuerdo hermoso es el mejor aliciente para seguir enamorada de la vida."
Alejandra Moreno
Hoy es un día perfecto para escuchar la música de Alejandro Sanz. En una de sus estrofas dice: “Y en Madrid está lloviendo y el tiempo pasa lentamente…”. Esas gotas que caen como melodías traen sosiego a mi alma. Me encanta la lluvia. De niña, me fascinaba saltar sobre los charcos; creo que todos hemos disfrutado de esa travesura en algún momento. Mientras escribo este blog, sonrío al recordar aquellos días de mi infancia, cuando usaba un uniforme marrón, saco blanco como la nieve, zapatos negros y medias blancas.
Estudiaba en la zona del Cementerio de San Diego, en Quito. Era un lugar frecuentado por obreros que comenzaban su jornada en las primeras horas del día. Usualmente, mis padres me esperaban al salir de clases, pero un día mi madre decidió que era hora de que aprendiera a regresar sola a casa. En aquellos tiempos, la tranquilidad permitía este tipo de independencia, y vivir en la capital quiteña era seguro, o al menos así lo recuerdo.
Hoy, mientras tomo mi café, pienso en esa época que marcó mi niñez. Mis padres pasaron una semana enseñándome la ruta para regresar a casa sola. Aunque apenas tenía ocho años, ellos confiaban en que podía manejar esa responsabilidad. Ser la hermana mayor me hacía sentir como una pequeña adulta, asumiendo un papel importante en mi familia. Ahora entiendo que aquello era un gran reto, pero agradezco la confianza que depositaron en mí.
Finalmente, llegó el día. Recuerdo cómo mi madre me repetía las instrucciones: “Primero tomas el bus hacia la Villa Flora, luego otro que te acerque a la zona de El Comercio”. Durante las clases, apenas podía concentrarme; estaba nerviosa por la aventura que me esperaba. Al salir, vi a mis compañeras corriendo hacia sus padres. Yo, en cambio, tenía que emprender mi propio viaje.
Llegué a la parada de bus y subí, sentándome al final junto a la ventana, como siempre me gustaba hacer. Desde niña, disfrutaba observar a las personas e imaginar historias. Todo iba bien hasta que empezó a llover. Mi primer pensamiento fue proteger mis libros y cuadernos, pues mi padre siempre me decía: “Cuida tus libros, son tus mejores amigos”. Entonces, se me ocurrió una solución: los escondí bajo mi uniforme.
Cuando llegué a la siguiente parada, corrí a tomar otro bus, ya que vivíamos en las afueras de Quito. El trayecto era largo, y aunque tenía frío, me reconfortaba imaginar que pronto estaría en casa. Sin embargo, aún quedaba un trecho que debía recorrer caminando. En medio del camino, me encontré con un charco enorme. Pensé: “¿Qué hago? ¿Lo salto? ¿Lo cruzo despacio para no ensuciarme?”. No pude resistirme y salté. Lo hice una y otra vez, disfrutando la sensación de la lluvia y el barro. Pero, al detenerme, me di cuenta de que estaba empapada y cubierta de lodo. Las medias blancas se habían vuelto marrones.
Finalmente, llegué a casa. Mi madre me esperaba con una mezcla de preocupación y sorpresa. Me dijo: “¿Por qué tardaste tanto? ¡Mira cómo has manchado el uniforme!”. Cuando saqué los libros de debajo de mi uniforme, me preguntó: “¿Qué has hecho?”. Al revisar los cuadernos, notó que algunos estaban mojados, pero aun así me sentía feliz por haberlos protegido.
Esa noche, mi padre llegó a casa. Después de que mi madre le contara todo, me llamó, se agachó y acarició mi mejilla: “Hija, perdóname por hacerte pasar por esto. Tu madre tenía que trabajar y no podía ir a recogerte. Fue mi idea que fueras sola, pero estoy muy orgulloso de ti”. Con palabras llenas de ternura y algunas lágrimas, añadió: “No te preocupes por el uniforme o los libros; lo material se puede recuperar, pero la vida es lo más valioso”.
Hoy, desde otro país, miro atrás con gratitud. Recuerdo a esa niña valiente que enfrentó lo inesperado. Ahora, mientras sigue lloviendo en Madrid y el tiempo parece detenerse, pienso en mi papá. Gracias por enseñarme a superar los desafíos de la vida. Dedico este blog a quienes crían a sus hijos, y desde pequeños les enseñan a afrontar las adversidades.
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