“El mundo es una posada y la muerte, el final del viaje.” - Dryden
Son las 21:30 h y me asaltan recuerdos, entre ellos, los peores momentos vividos tras la partida de mi padre. Tres años han transcurrido sin su presencia, y hoy la nostalgia me embarga al evocar aquellos tiempos difíciles. Quiero abrir mi corazón y compartir otra página de mi vida en este país.
Con el adiós de mi padre, nos congregamos en el pueblo, donde residen mis hermanos. Mis hijas se encargaron del viaje y de comprar los billetes… En aquel entonces, yo estaba sumida en el dolor, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera llorar. Recuerdo esa noche estival, cuando la noticia fatal llegó: el ser más querido de mi vida había emprendido su último viaje. Las lágrimas no cesaban, un vacío enorme me consumía. Al día siguiente, partí hacia Albacete. Debía tomar el AVE en Atocha a las 10:45 h. Llegué con horas de anticipación, abrumada por el duelo. Sentada en la estación, me aparté buscando soledad y lloré con desesperación.
Esperé una hora hasta que sonó el teléfono. Era mi hija, que se encontraba angustiada por mí, quien me preguntaba dónde estaba y si ya había tomado el AVE. El viaje que inicié entonces fue el más extenso y doloroso de mi vida, marcado por un río de lágrimas. Una amiga de Twitter, al enterarse, me brindó su apoyo a través de mensajes durante todo el trayecto. A ti, amiga del alma, mi eterno agradecimiento por estar en esos momentos aciagos. Al llegar a la estación, mi sobrina me esperaba con su coche negro. Su saludo y el beso en la mejilla fueron un bálsamo. El silencio nos envolvió durante el camino al pueblo. En casa de mi hermana, el luto era palpable. Con el corazón desbocado y la mente a punto de colapsar, me armé de valor para consolar a todos, que parecían niños perdidos en la tristeza. Tras secar mis lágrimas y lavar mi rostro, nos abrazamos, buscando en nuestra unión la fortaleza para seguir adelante. Mis hijas llegaron poco después; el reencuentro, lejos de ser alegre, estaba teñido de melancolía. No quería que ellas vieran a su madre en ese estado y dejé de llorar, ellas me abrazaron y me decían “aquí estamos mamá”. Nunca imaginé vivir tal escenario. En silencio, nos apoyamos mutuamente, y unos a otros nos cobijamos con palabras de aliento, aunque faltaba mi madre y más hermanos que residen en Ecuador, nuestros corazones sentían el mismo dolor, y desosiego.
Recientemente, ofrecí mis condolencias a una persona admirada por su gracia y elegancia. Nuestro abrazo fue un refugio de silencio y comprensión. Mientras las lágrimas fluían, reviví mi propio dolor y comprendí que, en aquel entonces, anhelaba un abrazo que sanara mi ser y reconstruya los pedacitos rotos de mi alma.
Hoy, pude entregar un abrazo lleno de solidaridad, apoyo, empatía y amor, a la persona que había perdido a un ser querido.
Gracias ángel de luz, por haberme brindado gratos momentos.
Descansa en paz B.


No hay comentarios:
Publicar un comentario